PAÑUELITO BLANCO
Sí, yo vivía en un cajón de la cómoda de la abuela Amelia. Sin saber qué hacer, siempre doblado, perfumado. Pero nadie me usaba ¿por qué? Porque ser un pañuelo color blanco para el cuello o la cabeza es una gran pesadilla. Imagínate cuando alguien en la casa quiere estar lindo, elegante o encantador, elige otros pañuelos, el de flores, lunares o brillos. Pero no los culpo, es entendible: un pañuelo blanco no tiene demasiada gracia ¿no? En cambio los de otros colores... Ellos sí eran afortunados, salían de tanto en tanto y cuando volvían, pasaban semanas contando las aventuras vividas.
Una mañana Amelia me tomó y fichhhhhh... caí en una canasta repleta de sandwichitos, jugo y galletitas...
-¡Ay, lo único que me falta es que me usen de servilleta – pensé.
Fuimos a buscar a Luz, su nieta. Una beba tan gorda como un pan redondo. Tenía un chupete colgado de su saco de lana rosa. Llegamos a una plaza.
- Luz, Lucesita, mirá a la abuela que te saca una foto - y la beba sólo seguía en su historia.
¿Para qué me habrá traído a mí?, me preguntaba, todavía dentro de la asfixiante canasta de mimbre.
Hasta que Amelia me dobló como un triángulo y "plic" fui a parar a la cabeza de Luz. Ahí sí que me sentí a gusto, el sol hacía un arco iris en mí y el aroma a jazmines de la beba me fascinaba.
Después de esa tarde, me lavaron, perfumaron y me plancharon y "fichhhhhh" nuevamente me deslicé hasta el cajón de la cómoda.
Pasaron semanas, meses y nada... nadie me ayudaba a salir de allí. Comprobaba como día a día, el olor a humedad se acentuaba. Qué deteriorados estábamos todos. Hasta ése pañuelo de lunares rojos, que vociferaba con voz grave y fuerte:
- "vamos, no teman, luchen, no se detengan"- ya estaba amarillento y resquebrajado. Yo me iba salvando porque me corría silenciosa y lentamente, detrás de un destello tibio de sol, que se colaba por un agujero de la madera del mueble.
Del afuera se oían risas, algarabía... ¿goles? Sí. Parece que jugaban al fútbol, cerca de la casa de Amelia. ¡Con lo que a mí me gustaba ir a la cancha!
Ya estábamos tan desesperados con el encierro, que mis amigos (otros Pañuelos) se alegraban gritando:
- Gooolll -¿te das cuenta? Su única alegría era esa. Parece mentira ¿no? ¡Y otros necesitan tanto para ser felices!
De vez en cuando, volvían mis fuerzas y comenzaba a pedir ayuda:
-¡¡Por favor, sáquenme de aquí, es horripilante estar a oscuras!! ¡Me ahogo! ¡¡¡Quiero ver la claridad, el verde de la plaza!!! – pero... nadie me oía. Temblaba, subía, me estiraba, lloraba. Haciéndome un bollito, escondido en el rincón más frío, seguí esperando... ¿quién sabría de mi sufrimiento? ¿Alguien me estaría buscando?
Ya no recuerdo cuánto tiempo pasó, cuando... se abrió el cajón.
-ACÁ ESTÁ- Amelia me acariciaba con sus manos temblorosas, sus lágrimas me iban humedeciendo y yo pensé:
-¡¡Uy!! Ahora sí estoy frito, la abuela me usa para limpiarse los mocos - pero no, me estrujó entre sus manos con tanta esperanza que me encantó el apretón.
La tarde que dimos una vuelta a la plaza, pude ver otros pañuelos.
- Ja, todos blancos, sobre cabezas de mujeres, parece que es la moda o... ¿Están todas locas? ¿Ya no le gustan más los colores? ¿Seremos más calentitos? - una y mil preguntas me hice. Pero sin respuesta.
Desde ese momento siempre me localizaban cubriendo la cabeza de Amelia. A veces el sol era demasiado fuerte, otras la lluvia muy dolorosa, finita, constante. Vi, los mismos árboles sin hojas como en veinte otoños. Vueltas y vueltas y más vueltas a la plaza. Tantas, que los cabellos de estas señoras caminantes se fueron volviendo indefectiblemente plateados. Aunque no podía quejarme, dado que lograba salir todas las semanas.
¿Conocen la primavera? ¿Sí? Los brotes de las plantas se asoman. Rojos, naranjas y amarillos aparecen entre los verdes intensos de las hojas recién nacidas. Los pichones comienzan su voladora vida, el viento es una brisa. Todo se convierte. Los aromas envolventes de las mentas, tilos, manzanillas, lavandas, refrescan, tranquilizan, limpian. Todo renace.
En septiembre en Argentina, precisamente el 21, que era miércoles, Amelia me lució especialmente. Fuimos al aeropuerto y por una de las enormes entradas transparentes apareció una muchacha, con la cara redonda como una media luna de manteca. Su mirada se encontró con la de Amelia (no con la mía, yo no tengo ojos, acordate que soy un pañuelo). Un abrazo fundidor hizo maravillas. Ahí volé... sí, les dije que en primavera muchos vuelan. En realidad mi dueña hizo con sus manos fuertes que yo me deslizara: me enrolló y fui a parar al cuello de Luz ¿Qué Luz? ¿Se acuerdan de la beba? Luz era esa beba ahora hecha una mujercita, la descubrí por ese perfume a jazmín en la piel, ¡¡¡nos reencontramos los tres!!!
Y prometimos NUNCA MÁS separarnos.